“El futuro llego hace rato”. Esa frase es insultantemente reveladora.
La imagen de un pibe caminando un lunes a las dos de la tarde, descalzo, en shorts, sin remera y con un Smartphone con 100.000 veces más poder de computo que el Modulo Lunar del 69’ es ilustrativa de esa frase.
La humanidad en su pico máximo, intentando alcanzar las estrellas hace 43 años y el pibe de hoy, con su extremo inferior en íntimo contacto con la tierra y su extremo superior convertido a través de la tecnología en acceso a la fuente de información más vasta que la humanidad y la historia conocida vio jamás. Ambos ejemplos se contradicen pero la temporalidad nos aclara que uno es el hijo del otro, pero como en toda relación padre-hijo el conflicto generacional y el cambio de paradigma asociado es evidente.
La generación del 69’ poniendo a personas en el espacio, llevándolas a la Luna y trayéndolas de vuelta es la humanidad alcanzando las estrellas pero limpiándose el barro (de las desigualdades sociales, la discriminación a cara descubierta y el inicio de la desaparición de las libertades que la siguiente década trajo sobre el mundo del oeste) de los pies antes de subir a una nave completamente aséptica.
La generación actual, que no tiene el impulso estelar y que con los pies llenos de barro no se entera de que el barro existe y que la asepsia del mundo virtual, aunque engañe a los sentidos, es irreal en sus fundamentos. Una generación que no solo piensa que el árbol que se cae en el bosque no hace ruido si no hay nadie para escucharlo, sino que además prefiere no saber del árbol, de su caída y de la existencia del bosque.
Y el barro ahí, entre los dedos de los pies, recordándonos de donde salimos y que todo paso que damos es caída.
La imagen de un pibe caminando un lunes a las dos de la tarde, descalzo, en shorts, sin remera y con un Smartphone con 100.000 veces más poder de computo que el Modulo Lunar del 69’ es ilustrativa de esa frase.
La humanidad en su pico máximo, intentando alcanzar las estrellas hace 43 años y el pibe de hoy, con su extremo inferior en íntimo contacto con la tierra y su extremo superior convertido a través de la tecnología en acceso a la fuente de información más vasta que la humanidad y la historia conocida vio jamás. Ambos ejemplos se contradicen pero la temporalidad nos aclara que uno es el hijo del otro, pero como en toda relación padre-hijo el conflicto generacional y el cambio de paradigma asociado es evidente.
La generación del 69’ poniendo a personas en el espacio, llevándolas a la Luna y trayéndolas de vuelta es la humanidad alcanzando las estrellas pero limpiándose el barro (de las desigualdades sociales, la discriminación a cara descubierta y el inicio de la desaparición de las libertades que la siguiente década trajo sobre el mundo del oeste) de los pies antes de subir a una nave completamente aséptica.
La generación actual, que no tiene el impulso estelar y que con los pies llenos de barro no se entera de que el barro existe y que la asepsia del mundo virtual, aunque engañe a los sentidos, es irreal en sus fundamentos. Una generación que no solo piensa que el árbol que se cae en el bosque no hace ruido si no hay nadie para escucharlo, sino que además prefiere no saber del árbol, de su caída y de la existencia del bosque.
Y el barro ahí, entre los dedos de los pies, recordándonos de donde salimos y que todo paso que damos es caída.