lunes, 26 de agosto de 2013

Constitución

Son las 23 de un lunes. En 6 horas la estación Constitución va a estar llena de personas dignas. Aquellas que con conocimiento o sin él, le dan forma a los cimientos para el adagio peronista. También, cínicamente, representan la libertad que con varillas de metal soldadas a un arco prometía Auschwitz.
El trabajo libera y dignifica.
La estación de Constitución se llena de personas que vienen de un lugar mucho mas frió que al que llegan. No hace falta viajar demasiado para poder ver las estrellas una noche cualquiera, o para sentir como la temperatura baja esos 5 grados que diferencia y separa.
La gente que llega abrigada es diferente. Esta apurada. Ejecuta los movimientos al unisono, pero a destiempo. Como en un ballet extraño y moderno eligen el azar en sus movimientos y la similitud en las intenciones dirigiéndose a la salida, pero no a una sino a todas. La simultaneidad de un movimiento visto en una filmación que al ralentizarse gradualmente se convierte en acción primero, en fragmentos de momentos después y por ultimo en mera intencionalidad adivinada y formulada por nuestro sistema de pensamiento, tan acostumbrado a la predicción que da por sentado que después de cada noche viene otro día.
Soy un pagano en esa inmensa catedral de altos techos abovedados y rituales repetidos, un extranjero incomodo por no reconocerse entre pares. Un ninguneado por todos menos por mi mismo. Pero la incomodidad no es la regla. Con fórceps, la repetición de lo incomodo convierte en normal lo raro y en inalienable lo profundamente rechazado.
La falta de apatía es lo desconcertante. El triunfo de la rutina hace que algo trivial como pasar de un tren a un colectivo se convierta en algo serio y, al parecer, de vital importancia.
La dignidad es un otorgamiento, un concepto que se usa para diferenciar y separar cuando se carece de su uso como adjetivo, y para aceptar e igualar cuando se premia con el.
El trabajo segmenta, separa y entumece con su monotonía intrínseca. Es un medio para un fin y es lo que pasa en el medio, entre el principio y el fin. Iguala. Nos hace acolitos de la iglesia del tiempo continuo.

Nos hace derechos y humanos.
Nos hace dignos y libres.

lunes, 5 de agosto de 2013

Sobre La Inexistencia Tacita De La Humildad

En algún punto de la historia confluyeron dos conceptos que se definen por ejercer la acción de no accionar: la modestia y la discreción. Estos dos explican parcialmente el significado semántico y moral de la humildad, un adjetivo convertido en virtud, meta y significante para muchos, pero una vil mentira para aquellos que reconocen la ironía detrás de cada palabra escrita en el libro del Destino.

La humildad no existe porque nadie puede hacer uso de ella sin negar su existencia.
 
La humildad es lo opuesto a la soberbia, es antagonista del reconocimiento, tanto que nadie que fuera hipotéticamente humilde podría reconocerse como tal, ya que esto sería hacer alarde de tal condición moral.

La humildad deja de existir en el momento de es reconocida convirtiéndose en ese momento en instrumento para su némesis.

La humildad no es posible para los pobres: ¿de qué alardear si no se tiene nada?

La humildad es la derrota de la autodeterminación de los seres humanos, el grito ahogado de los jóvenes intelectos para siempre hundidos en la inequitativa dictadura de deber y el ser al que nuestros compañeros de hemisferio dicen aspirar.


La humildad es un excelente recuerdo de aquello que necesariamente nunca debería ser nombrado ni recordado.