jueves, 24 de abril de 2014

Crónica de la calle Corrientes

Escribir con las manos sudadas es un deporte de riesgo. Un deporte intelectual de riesgo. También lo es caminar 3 km x Buenos Aires un miércoles de otoño a las 22pm. A veces ambas actividades están relacionadas, como esta, y el vínculo no es otra cosa que un nunca aclarado "conflicto gremial" que te deja sin subte.

El positivismo es una fuerza inenarrable que contamina hasta al más misántropo de los seres humanos y este "mal" convierte lo que debería ser un festival de mala onda en una experiencia rescatable. De alguna manera mi psiquis se esfuerza en convertir el sudor que se congela en mi camisa empapada, en un disfrutable vapor producto del calor humano.


El mundo es una mierda, lo sabemos todos. Los conflictos a los que nos entregamos voluntariamente son patéticos, en su mayoría. La experiencia humana es única, irrepetible y completamente ahogada en un mar de clichés. Sin embargo la multitud que compartió la última hora de mi vida conmigo no lo volverá a hacer jamás. El tipo que se dormía parado esperando el 70, los dos borrachines que me preguntaron cómo llegar (caminando con su botella de heavy metal) a Retiro en pleno Once y la jogginista que me miro directamente a los ojos con la mirada completamente vacía, forman parte desde ahora de ese momento celebrable que la óptica más positivista me obliga a describir en el último vagón de un tren lleno de derrotados que vuelven al hogar.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Los Momentos Representativos De La Humanidad

Los momentos representativos de la humanidad no son, necesariamente, aquellos reconocidos por la historia. Son más simples y, al mismo tiempo, determinantes ya que su misma existencia son condicionantes para nuestra permanencia sobre el planeta.
Estos momentos no son, a pesar de su importancia, particularmente felices ni rebosan de heroísmo o abnegación, pero es imposible imaginar un mundo sin ellos.

Quizás el más consistente con nuestra humanidad sea el momento del tropezón. Este momento tiene como característica el permitirnos disfrutar tanto de la vergüenza que naturalmente surge al darnos cuenta que nuestras ambiciones mas pretenciosas se desvanecen al carecer del control de aquella única cosa que deberíamos manejar: nuestro cuerpo. Un tropezón no es caída, se suele decir, lo que es una lástima. La caída nos permitiría, en rigor, la empatía de nuestros congéneres aunque solo sea por el dolor físico, pero la carencia de este sonoro desenlace nos deja solo con la indignidad.

El siguiente momento es uno compartido con el conjunto de la humanidad. Se dice popularmente que “de los cuernos y de la muerte no se salva nadie”, aunque en realidad compartimos además el nacimiento y ciertas actividades biológicas relacionadas con fluidos y gases que se expulsan de nuestro cuerpo. Hay una situación en particular que, aunque compartida y por eso mismo conocida por todos, no se suele expresar por medio de cualquier método de comunicación. Esto es la sensación de placer asociada y aparejada con la posibilidad tardía de relajar los esfínteres.
Quizás sea la falta de popularidad de la fusión de los conceptos de placer y relajación esfintereana la razón por la cual esto no se publicita, pero su existencia es innegable. El momento resulta representativo porque la cultura dicta que el momento en si es una contradicción a pesar de que la naturaleza, con gran tino, dispuso los lugares para realizar ambas actividades apena a dos o tres dedos de distancia.

La humanidad con sus indignidades, vergüenzas y placeres está destinada a las estrellas, a expandirse a través del cosmos.


Y a oler sus propios gases en absoluto secreto.