Escribir con
las manos sudadas es un deporte de riesgo. Un deporte intelectual de riesgo. También
lo es caminar 3 km x Buenos Aires un miércoles de otoño a las 22pm. A veces
ambas actividades están relacionadas, como esta, y el vínculo no es otra cosa
que un nunca aclarado "conflicto gremial" que te deja sin subte.
El
positivismo es una fuerza inenarrable que contamina hasta al más misántropo de
los seres humanos y este "mal" convierte lo que debería ser un
festival de mala onda en una experiencia rescatable. De alguna manera mi
psiquis se esfuerza en convertir el sudor que se congela en mi camisa empapada,
en un disfrutable vapor producto del calor humano.
El mundo es
una mierda, lo sabemos todos. Los conflictos a los que nos entregamos
voluntariamente son patéticos, en su mayoría. La experiencia humana es única,
irrepetible y completamente ahogada en un mar de clichés. Sin embargo la
multitud que compartió la última hora de mi vida conmigo no lo volverá a hacer jamás.
El tipo que se dormía parado esperando el 70, los dos borrachines que me
preguntaron cómo llegar (caminando con su botella de heavy metal) a
Retiro en pleno Once y la jogginista que me miro directamente a los ojos
con la mirada completamente vacía, forman parte desde ahora de ese momento celebrable
que la óptica más positivista me obliga a describir en el último vagón de un
tren lleno de derrotados que vuelven al hogar.
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