domingo, 15 de diciembre de 2013

Los Momentos Representativos De La Humanidad

Los momentos representativos de la humanidad no son, necesariamente, aquellos reconocidos por la historia. Son más simples y, al mismo tiempo, determinantes ya que su misma existencia son condicionantes para nuestra permanencia sobre el planeta.
Estos momentos no son, a pesar de su importancia, particularmente felices ni rebosan de heroísmo o abnegación, pero es imposible imaginar un mundo sin ellos.

Quizás el más consistente con nuestra humanidad sea el momento del tropezón. Este momento tiene como característica el permitirnos disfrutar tanto de la vergüenza que naturalmente surge al darnos cuenta que nuestras ambiciones mas pretenciosas se desvanecen al carecer del control de aquella única cosa que deberíamos manejar: nuestro cuerpo. Un tropezón no es caída, se suele decir, lo que es una lástima. La caída nos permitiría, en rigor, la empatía de nuestros congéneres aunque solo sea por el dolor físico, pero la carencia de este sonoro desenlace nos deja solo con la indignidad.

El siguiente momento es uno compartido con el conjunto de la humanidad. Se dice popularmente que “de los cuernos y de la muerte no se salva nadie”, aunque en realidad compartimos además el nacimiento y ciertas actividades biológicas relacionadas con fluidos y gases que se expulsan de nuestro cuerpo. Hay una situación en particular que, aunque compartida y por eso mismo conocida por todos, no se suele expresar por medio de cualquier método de comunicación. Esto es la sensación de placer asociada y aparejada con la posibilidad tardía de relajar los esfínteres.
Quizás sea la falta de popularidad de la fusión de los conceptos de placer y relajación esfintereana la razón por la cual esto no se publicita, pero su existencia es innegable. El momento resulta representativo porque la cultura dicta que el momento en si es una contradicción a pesar de que la naturaleza, con gran tino, dispuso los lugares para realizar ambas actividades apena a dos o tres dedos de distancia.

La humanidad con sus indignidades, vergüenzas y placeres está destinada a las estrellas, a expandirse a través del cosmos.


Y a oler sus propios gases en absoluto secreto.

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