martes, 24 de julio de 2012

Lo Autenticamente Decadente


Todo es decadente.

Esto no es una declaración con aires intelectualoides. Hablo de la decadencia real, física, palpable que todas las cosas experimentan. No de aquella decadencia cultural, social o política que cada generación al envejecer declara que la que la precede protagoniza, impulsa y produce. Por lo menos, no ahora.
Hablo de paredes derruidas y de fierros oxidados. De tetas caídas y pelo cano. Hablo del decaimiento que insistimos en evitar o del que elegimos ignorar.

El tema es que la naturaleza insiste en frotarnos en la cara su “sabiduría” y deja que las cosas se pudran. Que decaigan y dejen de existir. Es más: la muy turra no solo deja sino que produce el decaimiento y posterior inexistencia.
Claro que algunos dirán: “no es decadencia y desaparición, es transformación blablablablabla”. A esos déjenme decirles que ese argumento no me reconforto para nada la vez que descuidadamente tome leche claramente vencida (chistes muy boludos para ser pensados por seres inteligentes de cualquier lugar, salvo la Tierra, insértense mentalmente después de leer la frase “leche claramente vencida”).

Y sin embargo insistimos en ocultar y mitigar los efectos de la decadencia natural. Nos rebelamos ante esta injusticia pudiendo aprovechar el tiempo en mirar películas en Cuevana o voyeuriar en facebook.

Porque admitámoslo: si hay un argumento que apuntale mejor mi irrefrenable necesidad de evitar por todos los medios hacer algo para remediar cualquiera de las reparaciones de la casa que amenazan con alejarme del rascabolismo supremo al que intento dedicarme como objetivo de vida, ese es el que acabo de exponer.

Eso.

Así que dejame en paz.

O llama a un pintor.
O a un plomero.

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