El grafiti estuvo siempre ahí, presente, desde que el hombre
se dio cuenta que las paredes se podían pintar con mensajes para el mundo todo.
Pinturas rupestres, penes rituales, jodas a Julio Cesar, declaraciones de amor,
política, fútbol, humor y mero egocentrismo: el grafiti tiene mil caras.
Y sin embargo se las arregla para seguir siendo intrascendente.
No revoluciono la estética. No impulso un movimiento. No unió a la juventud. Se perdió en la autosatisfacción de sus ejecutores. Se convirtió en publicidad del anonimato.
Y sin embargo se las arregla para seguir siendo intrascendente.
No revoluciono la estética. No impulso un movimiento. No unió a la juventud. Se perdió en la autosatisfacción de sus ejecutores. Se convirtió en publicidad del anonimato.
Estéticamente evaluado, comunicacionalmente estudiado, y cuidadosamente
ignorado.
Si el grafiti dejaría de existir mañana, no lo extrañaría.
Si yo escribiera uno solo en toda mi vida seguro diría: “Puto
el que lee”.
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